Hace unos días llegamos a Kandy, Sri Lanka, la denominada perla del océano Índico. No sé cuánto de perla tendrá, pero lo que sí sé es que su paisaje, el paisaje de esta minúscula isla pegada a la inmensa India, es tan puro y salvaje que es imposible no conmoverse al contemplarlo.
Kandy es una pequeña pero poblada ciudad ubicada en las tierras altas. El recorrido en autobús, partiendo de Negombo, es un auténtico espectáculo visual. La naturaleza se exhibe exuberante, robusta, colorista, como si tejiese a cada milímetro, a cada una de sus esporas una amalgama de placeres indescriptibles. Íbamos ensimismados, incapaces de despegar la mirada de la ventanilla, cuando de pronto se puso a llover. Aquello era lo único que faltaba… Música para los oídos: la perfecta banda sonora que nos acompañó durante el resto del viaje. Me dieron ganas de levantarme y ponerme a aplaudir. Sabía que si lo hacía todo el mundo entendería el porqué.
En Kandy asistimos al festival de Esala Perahera. Este es un festival que tiene lugar cada año en verano y cuya historia se remonta al año 400 d.C. La gente local lo espera impaciente. Desde primera hora de la mañana se hacen sitio por las aceras de la ciudad esperando a que por la noche empiece. El festival podría compararse a una especie de procesión por el que desfilan bailarines, acróbatas de fuego y sobre todo elefantes, muuuuchos elefantes. El objetivo del desfile es mostrar a la gente el que en su día supuestamente fue el canino izquierdo del mismísimo buda, el cual, por cierto, el resto del año permanece guardado en una vitrina del templo de Sri Dalada Maligawa.
Al día siguiente leímos en la prensa la triste noticia de que, durante la semana que había durado el festival, desfilaron elefantes enfermos y desnutridos. Esta circunstancia hizo que le arrebatase toda la magia, todas las buenas vibraciones que nos había aportado verlo.
Marchamos de Kandy con destino a Nuwara Eliya en el que catalogan como el tren más bonito del mundo – por lo menos el que hace el recorrido más bonito- Y sin duda damos fe de que lo es, de que su recorrido se acerca más a la ficción que a la realidad, a menudo teñida con un poso de insulsez. De hecho, llegué a asombrarme de que aquello fuese la tierra. Sí sí, el planeta tierra. Es lo que tiene acostumbrarse al cemento y al ladrillo…
Sin cuestionar la belleza de su recorrido, cabe puntualizar que dicho tren se ha convertido en una atracción turística (atracción a la que nosotros, lo reconocemos, atraídos por todas las cosas buenas que habíamos leído, nos montamos)
Están las latas de sardina y el tren de Kandy a Nuwara Eliya. Suerte de los lugareños… No sé si será la religión (el 70% de los srilanqueses son budistas) o el qué, pero aquí la gente es de otra forma. Y aunque aparentemente definir cualquier cosa diciendo de ella que es de “otra forma”casi suene ridículo, en este caso no lo es. Por ejemplo, un buen hombre que iba sentado en el tren y que hacía un viaje de más de siete horas, viéndola de pie, dejó sentar a mi pareja. Los srilanqueses siempre te sonríen, siempre están dispuestos a ayudarte. Solo por citar otro ejemplo, si alguien en un bus va de pie, se da por sentado que ese alguien tiene derecho a dejar su mochila/bolsa/maleta sobre cualquier persona que vaya sentada – así, sin preguntarle- Y esto, que a muchas personas les podría parecer hasta una falta de respeto o de civismo, en realidad creo que refleja fielmente su forma de ser, la manera que tienen de comprender el mundo, su forma de dirigirse a los demás…anteponiendo siempre al otro a sí mismos.
Finamente llegamos a Nuwara Eiya, lugar en el que nos encontramos ahora mismo. Aquí el paisaje sigue siendo maravilloso, un festín para los sentidos.
Esta mañana hemos visitado la cascada de Ramboda Falls… Estábamos solos contemplándola desde un mirador que más que un mirador en realidad era un marco, el marco de un hermoso cuadro pintado por la madre naturaleza. ¡Qué sensación! ¡Qué sensación la de oír el murmullo del agua como si estuvieras solo en el mundo! Qué forma de hacerse uno pequeño… casi de desaparecer del mapa…
Ahora escribo desde el hotel, situado en una colina a quince minutos de la ciudad… Veo las montañas salpicadas de árboles y un cielo precioso habitado ahora por algunas nubes pasajeras. Veo los tejados de la ciudad, tragada en medio de un verde colosal e infinito … Y me pregunto, ¿Es posible soñar despierto? ¿Es posible que un sueño no termine nunca?
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Que lugar tan espectacular 🔝🔝
La verdad que pensamos que vivimos en la parte más avanzada del mundo y al viajar nos damos cuenta de lo contrario, que menos es más, casi siempre.