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Diario de un isleño. Aislados en Holbox. Parte 2

Foto del escritor: paupujol5paupujol5

Actualizado: 4 sept 2020

25 de Marzo Todo sigue igual. Igual de tranquilo, igual de desértico. Parece que nadie habitara la isla. Los lugareños siguen con su calmada vida, como lo hacían antes, pero sin la insidiosa mirada del turista sobre cada uno de sus cotidianos gestos. La espontaneidad, por fin, ha sido devuelta a los jolbosheños. Hoy nos hemos levantado a las 07:00 de la mañana. Fiel a nuestra costumbre hemos leído las noticias antes de ir a desayunar. En España sigue sin aplanarse la maldita curva, y por aquí… bueno, por aquí la cosa un poco mejor, ¿pero hasta cuándo? Nuestro objetivo es llegar algún día a Chile. En España no tenemos trabajo ni casa y, además, por ahora no parece que sea el mejor momento para regresar- En ese país largo y estrecho bañado por el pacífico Paula tiene familia y, probablemente, cuando abran la frontera, podríamos reunirnos con ella. En estos tiempos, en la medida de lo posible, uno debe estar con los suyos. Y es que a la soledad, aunque con frecuencia también sea una aliada -incluso la preferible-, hay que domarla, y estos no parecen los mejores tiempos para hacerlo. Tras desayunar hemos bajado a caminar por la playa. No hemos visto a nadie. A ningún humano, me refiero. Solo a garzas rayando el mar con sus alas, pelícanos posados como estatuas sobre estacas de madera enclavadas en la arena cerca de la orilla del mar, fragatas volando majestuosamente, sabedoras de su linaje, y gaviotas caminando por la playa, aunque distraídas, diría que también asombradas al descubrirse ante ellas un nuevo paisaje: más salvaje, mucho más límpido que unos días atrás. Finalmente, y por el momento, nos quedamos aquí hasta el 18 de abril. Dicen que esto es el paraíso, y no lo niego. Aunque hablar del paraíso en tiempos del coronavirus suene casi como una aberración. Ahora estamos en la habitación del hotel. Paula leyendo un poco y yo escribiendo esto. Se escuchan las voces de Normand y, sobre todo, la del “Cacho”, el chico argentino que trabaja aquí y del que ya nos hemos hecho casi amigos. Él también pertenece a nuestro paisaje de Holbox. “Boludeces” dice ahora, en relación a no sé qué. Todo, absolutamente todo, es una infinita boludez, pienso para mis adentros.



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